El hecho de que los legisladores se atribuyan autoridad sobre derechos absolutos de las personas, que consientan en la legitimización de estas prácticas, habla de una crisis grave de la moral de los individuos y de los pueblos, parece que somos ciegos para distinguir entre el bien y el mal. Lo que a todas luces es un crimen y en épocas pasadas era rechazado con todo rigor, hoy se nos presenta como socialmente aceptable.
El materialismo, el egoísmo imperante y la indiferencia globalizada nos han llevado a perder la conciencia del valor de cada vida humana, en vez de ser considerado en sí misma como algo dotado de sentido, es valorada sólo desde su dimensión biológica o física, el sufrimiento, la falta de capacidades laborales, la vejez, representan una vida sin valor que no merece ser preservada ni vivida, es claro que desde esta perspectiva la existencia pierde su sentido de trascendencia.
El secularismo, y el ejercicio de una libertad meramente individualista que confunde los deseos personales con derechos, son algunas de las amenazas que nos introducen en la cosificación de las personas y en la cultura del descarte.
El concepto de persona está ligado al de la dignidad y valor, debido a que posee un alma espiritual orientada a su Creador, es fin en sí misma y posee deberes y derechos fundamentales e irreductibles.Está llamado a su perfeccionamiento humano y sobrenatural, desarrollar los valores y virtudes que ha recibido y conseguir ser una mejor persona y cumplir el plan de Dios en él.
Referencias
-Juan Luis Cipriani
Thorne. (1989). Catecismo de la Doctrina Social. Madrid: Ediciones Palabra.
-Roberto Esteban Duque.
(2013). Teología moral especial. Navarra España: EUNSA.
-Santo Padre Juan Pablo II, (1995), Carta Encíclica Evangelium Vitae. julio 2021, Vaticano sitio web:
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